AGENCIAMIENTO DELEUZIANO

martes, 22 de abril de 2014

"El animal deviene otra cosa, no por filiación o genealogía sino por alianza, por transversalidad, por simbiosis. El perro doméstico padece una suerte de ‘nostalgia’ de lo humano. Es un animal ‘nostálgico de hombre’ que vive aquello que se ha denominado, metafóricamente: la melancolía extática de los perros." A. Almánzar-Botello.

Gilles Deleuze

Por Armando Almánzar-Botello 


Sabemos que para Gilles Deleuze, el Agenciamiento es una suerte de co-funcionamiento simpático de lo heterogéneo, de lo disímil, de lo dispar: una síntesis disyuntiva de lo múltiple.

Dicho Agenciamiento no es una coincidentia oppositorum: mera simplicidad puntual de una pura presencia domeñada, sofrenada, localizada. No es gélida distancia entre los opuestos ni proximidad fusional que los confundiría; ni lejanía ni tampoco identificación. Es más bien el descubrir, producir y operar en la dimensión generativa del "entre", en el plano atópico, "éxtimo", como dice Lacan, en el que se comunican lo interior y lo exterior, en el que un espacio potencial se constituye 
para un "Se" impersonal, pre-individual, en "hacer con", en "producir con", en "escribir con", en "devenir con"...

El Agenciamiento como simpatía, simbiosis y juego proliferante, guarda relación, tal vez, con el Tao, con el absorto punto inútil de la neutralidad impasible que abre las puertas de toda posibilidad, que inaugura la serie rizomática de los acontecimientos-sentidos cuya univocidad de ser escribimos como Acontecimiento.



© Armando Almánzar-Botello. 
Santo Domingo, República Dominicana.



DELEUZIANA II. Degas y la Potencia.


El significado profundo de la palabra POTENCIA (niveles de intensidad o grados de fuerza en la "univocidad del ser"), lo intuyó y plasmó en sus lienzos el gran pintor francés Edgar Degas.

En muchos de los maravillosos cuadros de su autoría 
bailarinas y gimnastas, poderosas y gráciles figuras vestidas o desnudas, se desgarran bellamente con un simple gesto los contornos, los confines y barandas de lo inmóvil. 

Si toda interpretación es "violencia sobre la obra estética", "mala-lectura" que nos aproxima a una cierta dimensión de la verdad latente que arrebatamos al objeto artístico en el acto de su desciframiento, observemos en una de las pinturas prodigiosas del gran Degas la cabeza turbulenta de un equino de carreras al galope. 

El ímpetu del caballo revela ecos, condensaciones y contrapuntos visuales perfectos en su indeterminación pictórica de fuerzas, entre un rizado, blanco y vertiginoso humo, configurado por aquello que parecería el resoplido vital y maquínico del animal galopando exuberante; la humareda producida por la quema de malezas previa a las labores de siembra, y el vapor de una locomotora que se insinúa, desplazándose al fondo del paisaje campestre, hiriendo el territorio plástico ardido por una inestable y vigorosa composición... 

En esta obra se perciben las líneas de ataque o de fuga en tensión con los límites, con los bordes “parergonales” de la pintura, con el remanso energético de la presencia, con el marco, estable, asegurador y cuestionado de lo posible, circunscrito en la zona derecha del cuadro al registro burgués de lo verosímil…

Y vale aquí la digresión aparente. Al margen de las semejanzas de morfología y especie, hombres como Shakespeare, Goethe, Nietzsche o el mismo Degas, en un juego de intensidades puras o de afectos spinozianos violentos, guardan literalmente mayor relación de agenciamiento, simbiosis y adyacencia con un caballo de carrera, con una veloz locomotora, con una vertiginosa bailarina que salta graciosa, con un cohete interestelar, con un tigre o con el ímpetu dionisíaco del viento entre las hojas, que con el tipo humano ordinario que carga sin garbo ni arte genuino, el peso banal y programático de su mero existir inconsciente, vocinglero, satisfecho.



Copyright 2008 © Armando Almánzar-Botello. 
Santo Domingo, República Dominicana. 

                                                       Edgar Degas. En las carreras. 1879.



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