"Hay una única desviación, la desviación centrista; la elección del juego seguro, de evitar con actitud oportunista el riesgo de tomar partido clara y excesivamente." Slavoj Žižek.
“Francis Bacon, vuelve. Slaughterhouse’s Crucifixion’, instaura un nuevo código discursivo que hace de su dicción un entramado de sólidas arquitecturas verbales e insólitos hallazgos expresivos”. Alexis Gómez-Rosa.
Por Armando Almánzar-Botello
Ciertas mentalidades carentes de verdadera perspicacia no conciben que un escritor —y en particular un poeta—, no se proponga ni desee continuar escribiendo ni leyendo repetitivas obras literarias producidas a granel, correspondientes a un determinado talante o registro histórico-semiótico, temático-formal, genérico y retórico-estilístico, ya severamente datado, agotado y clausurado.
El auténtico creador, como explorador de nuevos sentidos y formas semióticas insospechadas, desdeña ciertas modalidades retóricas manidas por considerarlas demasiado previsibles.
Aquellas estructuras y fórmulas poéticas tan manoseadas
—muchas de ellas meros y desvitalizados neo-clasicismos, neo-romanticismos y/o pseudo-vanguardismos de cuarta, quinta o sexta generación— constituyen para el artista-caminante, comprendido como “injeto” (G. Deleuze), como generador, creador y explorador de nuevas madrigueras, agenciamientos maquínicos, laberintos, techos y membranas que comuniquen lo sideral con lo “éxtimo” (J. Lacan), simples “fantasmas de experiencia” completamente irrelevantes para su particular proyecto de escritura, para su nivel o grado atmosférico de percepción intensiva del mundo, para la densidad de una particular conciencia exploratoria del hecho poético de la que dicho artista participa creativo-dionisíacamente.
Cuando este sujeto-enigma, en su calidad de instancia “auto-biotánato-heterográfica” (J. Derrida), desea leer auténticos precipitados estilísticos tradicionales, clásicos, románticos, parnasianos, simbolistas… prefiere simplemente la relectura siempre novedosa de los Clásicos y de los Grandes Maestros de la Modernidad. Pero su acto de creación propio constituye siempre —o por lo menos, así él se lo propone— la riesgosa exploración de una espesa “floresta semántico-sintáctica” virtual que, en un complejo y deleuziano rizoma o laberinto de fronteras a lo Wittgenstein, no se amarra a la seguridad de los límites y pretiles consabidos y programados.
Esta estrategia comporta, como bien dice Harold Bloom, una “relectura fuerte” de ciertos textos canónicos, una redescripción transformativa de las verdaderas grandes creaciones de una cierta tradición, sí, pero sólo si ello implica la incubación y generación de auténticos “valores est/éticos agregados”, los cuales germinan muchas veces fuera del ámbito de la fácil belleza convencional de bisutería y tocador.
La mera repetición de “cosas bellas” —sin riesgo cinegético ni fuerza de recreación, sin un genuino acto exploratorio e inventivo que como (i)legible acontecimiento inmanente siempre bordea la monstruosidad, la desmesura, lo siniestro y el exceso, aunque luego retorne a la definición de nuevos límites e inéditas territorialidades artísticas—, constituye tan sólo un ejercicio esteticista de salón y/o una insulsa barricada para pasar un grato momento de nostalgia pseudo-combativa y regodearse desmayadamente en la gastada y frívola doxa. Huera repetición retórica de unas “fiestas galantes” y de una fanfarria bélica y/o politicista; insistencia torpe que todavía pretende usurpar los vacuos resplandores evocados por el nombre desvaído de una ingenua “Revolución”, o en su defecto, cultivar un simple y demagógico purismo irrelevante que ignora la "escritura del desastre" (M. Blanchot), la recuperación fractal y parsimoniosa del sentido con posterioridad a su catastrófico vaciamiento vanguardista...
Algo muy diferente a la seguridad mediocre de un juego retórico preciosista o simplón —ludismo frívolo que pretende cerrar el camino, con lánguidos y jadeantes resplandores mentidos, a las auténticas y nuevas experiencias creadoras y/o legítimamente rememorantes (Andenken: Heidegger)—, lo constituye un intenso y lúcido proceso inventivo dirigido por una briosa voluntad de forma, la cual permite concebir y orientar la faena creadora como potencia, efecto y atributo de un sujeto de la escritura polivalente.
Cuando este sujeto-enigma, en su calidad de instancia “auto-biotánato-heterográfica” (J. Derrida), desea leer auténticos precipitados estilísticos tradicionales, clásicos, románticos, parnasianos, simbolistas… prefiere simplemente la relectura siempre novedosa de los Clásicos y de los Grandes Maestros de la Modernidad. Pero su acto de creación propio constituye siempre —o por lo menos, así él se lo propone— la riesgosa exploración de una espesa “floresta semántico-sintáctica” virtual que, en un complejo y deleuziano rizoma o laberinto de fronteras a lo Wittgenstein, no se amarra a la seguridad de los límites y pretiles consabidos y programados.
Esta estrategia comporta, como bien dice Harold Bloom, una “relectura fuerte” de ciertos textos canónicos, una redescripción transformativa de las verdaderas grandes creaciones de una cierta tradición, sí, pero sólo si ello implica la incubación y generación de auténticos “valores est/éticos agregados”, los cuales germinan muchas veces fuera del ámbito de la fácil belleza convencional de bisutería y tocador.
La mera repetición de “cosas bellas” —sin riesgo cinegético ni fuerza de recreación, sin un genuino acto exploratorio e inventivo que como (i)legible acontecimiento inmanente siempre bordea la monstruosidad, la desmesura, lo siniestro y el exceso, aunque luego retorne a la definición de nuevos límites e inéditas territorialidades artísticas—, constituye tan sólo un ejercicio esteticista de salón y/o una insulsa barricada para pasar un grato momento de nostalgia pseudo-combativa y regodearse desmayadamente en la gastada y frívola doxa. Huera repetición retórica de unas “fiestas galantes” y de una fanfarria bélica y/o politicista; insistencia torpe que todavía pretende usurpar los vacuos resplandores evocados por el nombre desvaído de una ingenua “Revolución”, o en su defecto, cultivar un simple y demagógico purismo irrelevante que ignora la "escritura del desastre" (M. Blanchot), la recuperación fractal y parsimoniosa del sentido con posterioridad a su catastrófico vaciamiento vanguardista...
Algo muy diferente a la seguridad mediocre de un juego retórico preciosista o simplón —ludismo frívolo que pretende cerrar el camino, con lánguidos y jadeantes resplandores mentidos, a las auténticas y nuevas experiencias creadoras y/o legítimamente rememorantes (Andenken: Heidegger)—, lo constituye un intenso y lúcido proceso inventivo dirigido por una briosa voluntad de forma, la cual permite concebir y orientar la faena creadora como potencia, efecto y atributo de un sujeto de la escritura polivalente.
Construido y trabajado por la letra y el universo de lo simbólico, dicho sujeto del acto de escritura, en su ardimiento prosódico, en la tectónica de su dicción en curso y en el juego hipercomplejo de la intertextualidad, explora un campo de posibilidades semióticas, estético-cognitivas, que se van actualizando —en la turbulenta embriaguez inteligente y en la manía dionisíaca y lúcida—, como ritmo-sentido transformativo y multiforme, como articulación (a)significante de nuevos modos de pensar y sentir los Universos Textuales.
© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.
Santo Domingo, República Dominicana.
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